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Seamos libres, lo demás no importa nada.

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Era domingo, decidí hacerle caso a mi hermana y de una vez por todas ir a buscar mi vieja bicicleta. Estaba guardada en el cuartito de la terraza, en la casa de la madre de mi cuñado. No recuerdo cómo llegó allí. Cuando la vi, estaba tan tapada de polvo que me costó reconocerla. Casi por obligación me puse a limpiarla, a medida que sacaba la mugre, volvían los recuerdos. El día que fui a comprarla con mi viejo, las tardes de verano en villa del parque andando de un lado a otro. La sonrisa se dibujó en mi cara, me dieron ganas de salir a dar una vuelta, pasar por la casa del Tolo y por Rufino Cuervo. Al día siguiente fui a la bicicletería: puesta a punto, ruedas y asiento nuevos. Salí emocionado, un espíritu quinceañero me corrió por el cuerpo las 7 cuadras hasta mi casa. Decidí usarla, cada día me animaba a hacerlo por un trayecto mas largo. Sumé unas luces y porta equipaje. Estaba listo para ir a cualquier lado. Comenzó a pasarme algo extraño, una sensación rara, muy