El tipo aprende.

El tipo vuelve en auto a su casa, pone piloto automático y sin dejar de prestar la debida atención al tránsito piensa. Fantasea, se indigna, sueña. A veces sonríe, a veces se le hace un nudo en la garganta.
El tipo está indignado, quiere hacer algo grande que quede en la historia para siempre. Está indignado porque sabe que es posible y que los que pueden hacerlo en este momento son egoístas, mesquinos, egocéntricos, codiciosos y corruptos. También está indignado porque sabe que él sólo no puede. Que es inevitable tranzar, que va a tener que hacer y deber favores. Que es ineludible la mentira, ya sea bien o mal intencionada. Y justamente este punto es el que mas lo perturba. Le crea un dilema abrumador en la soledad de su razonamiento sobre los valores, lo que está bien, lo que está mal, la defensa de la verdad. El tipo no puede distinguir entre lo bueno y lo malo en el uso de la mentira.
Su dilema: una mentira que perjudique a quien hace las cosas mal, está bien. Una mentira que de satisfacción a quien hace las cosas bien, está bien. Una mentira que haga que las cosas pasen, está bien. El tipo odia la mentira, no sabe mentir, se le nota cuando lo hace y le da miedo.
Cree que para poder hacer algo bueno por todos va a tener que aprender a hacerlo. A tener cara de piedra, a cambiar de opinión por conveniencia. Todo lo que critíca y odia lo cree necesario para el fin último que es mejorar la vida de todos los que pueda. El tipo tiene buenas intenciones, el tipo tiene miedo que el camino no sólo lo doble sino que lo quiebre y lo perturbe. El tipo entiende que está hecho para grandes cosas, forjado con lo necesario para sportarlo. Tiene las convicciones, las pelotas y las agallas, pero también tiene miedo. Y el miedo es el tumor que ellos se preocupan de mantener latente todos los días.
El tipo no tiene cura. No se va a dar por vencido. No va a dejar de tener miedo. Quizás entre todo lo malo que aprende, aprende a no tener más miedo.

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