El fuego.

Cuando prendo un fuego, siento que es un momento mágico. No descubro nada diciendo que el fuego atrae e hipnotiza. Lo que quiero contar es esa sensación de regocijo, que dura mientras dure el fuego. Creo que pocas cosas me generan el placer sostenido que logro con el fuego.
Empieza en la selección de la leña, las hojas secas, las ramitas y troncos pequeños, los trozos mas grandes. El armado y el orden para lograr que prenda. El ruido que hace el fósforo al encenderse, la mano ahuecada que lo lleva hasta las hojas, acercar el rostro, soplar suavemente, darle el empujoncito para que las primeras hojas ardan. Sentarse a escuchar el crujido inicial de las primeras chispas, contemplar el estallido de luz que genera la primer llama que se eleva, sentir el calor en la cara. Dejarse llevar por las llamas, mientras danzan a su ritmo, hasta que parece que se agotan y necesitan de otra música. Entonces movemos la leña y agregamos un tronco y todo se reinventa y vuelven los ruidos y el resplandor de las llamas y el calor en la cara. Junto con el fuego que se reaviva, vuelve mi placer, por estar ahí, en contacto con eso. Creándolo, disfrutando de la compañía mutua, conectándome con esa fuerza natural, con los recuerdos que me trae, con lo que me invita a soñar.
En algún momento, el fuego se apaga. Se extingue, porque entregó todo. O lo matan. El fuego en su afán por seguir vivo, puede hacer un último intento desesperado, guardándose en una brasa o una chispa. Esperando que tarde o temprano algo vuelva a arder.

"Me quedó una chispita, me molesta, me duele, me sigue quemando."

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