Su propio Frankenstein.

Un hombre pasa por una situación difícil. Luego pasa por otra, por otra, y por otra. Hasta que se rompe. Decide reconstruirse, cada vez que vuelve a unir una pieza, se pregunta: Qué ha pasado con esto? Qué hice bien? y en qué me he equivocado para que este pedazo se rompa? Estoy dispuesto a volver a colocarlo así? debo repararlo? debo cambiarlo?
El hombre se siente su propio Frankenstein, es él mismo el que está armando ese ser, al que está a punto de darle vida. Paradoja, ya está vivo. Pero no viviendo, sino sobreviviendo. O al revés, no lo tiene claro.
El coraje le ha permitido decidir reconstruirse, pero es puesto a prueba por el miedo cada vez que decide colocar una pieza. El hombre se toma su tiempo, recorre las partes minusiosamente. Sus huesos, sus órganos, sus músculos, su psiquis, su mente, su corazón. Y prueba, cuando pone una pieza, cómo funciona con el conjunto. En ocasiones hay que volver a ajustar. A veces se confunde, porque la pieza de la cabeza le hace doler los huesos, entonces no sabe cuál es la que hay que corregir, y prueba con una y después con otra.
Cree que hay una respuesta que puede facilitarle el trabajo. Pero va a encontrarla cuando lo termine. Estar seguro y confiado, que sabe quién es y lo que quiere.

Comentarios

Más para leer

Chupate esa mandarina

Perderse y encontrarse.

Seamos libres, lo demás no importa nada.