Parar un poco.

El otro día hablaba con un amigo. Su objetivo para el año que viene es correr menos. No porque fuera un adicto al running, sino porque siente que está todo el día apurado. Se dice que es un problema de la gente que vive en las ciudades. Yo siempre viví en una gran ciudad, así que no puedo decir si fuera de las ciudades pasa lo mismo o no. Pero sí puedo asegurar que a mi me pasa, en mayor o menor medida, siento que corro.
Por esas cosas de la vida, me operé la rodilla. Mi cuerpo me obligó a parar un poco. Hace tres o cuatro días que estoy condenado a estar tranquilo, sin mucho movimiento. Es el primer sábado en muchos años que me quedo todo el día en casa. El clima estaba espectacular, mis amigos, como siempre, fueron a jugar al fútbol y a reírse un rato durante la tarde. Me perdí todo.
Intenté distraerme, pero ya hace varios días que intento hacerlo. Entonces me di cuenta que ya no podía escaparme. Me acorralé, y mi cabeza empezó a andar, a urgar, ahí, donde yo no quería. Ese lugar donde se ven las cosas del corazón, donde se reconocen los sentimientos. Me agarré así, con los brazos caídos, la guardia baja, agotada. Y me dediqué a sentir un rato, a bancarme lo que tengo adentro, a procesar.
Entonces me puse a pensar que yo corro, me lleno de cosas, para escaparme de mí, sin culpas, porque creo que son obligaciones. Esto lo relacioné con un concepto del tiempo que le escuché a Mujica: ¿para qué quiero tener tanto? si después me tengo que ocupar de cuidarlo. El hombre debe aprender que lo que compra lo paga con tiempo, el tiempo que te lleva ganar el dinero con el que estás pagando eso. Si antes de decidir lo que hacemos/consumimos nos pusiéramos a pensar el tiempo que estamos inmovilizando, tomaríamos otras decisiones. Y dejaríamos mas tiempo para hacer las cosas que nos gustan, y ser felices, y ya no tener que llenarnos de obligaciones para escaparnos de nosotros mismos.

Comentarios

Más para leer

Chupate esa mandarina

Perderse y encontrarse.

Seamos libres, lo demás no importa nada.