El otro día escuché a la Sra. que vive a la vuelta de mi casa cuando hablaba con una amiga mientras paseaban el perro que la cuñada de una de ellas le había dejado porque se hizo una escapada de fin de semana. El pequinés en cuestión le ladraba de atrás de la reja a un rodwailer que echaba espuma por la boca y la Sra dijo “Chupate esa mandarina! Miralo al chiquitín!” La verdad, me dejó pensando. No en el coraje del pequeño animal, ni la moraleja del encierro, ni si el tamaño importa. Me quedé colgado de la frase. “Chupate esa mandarina” ¿Por qué decimos esa frase? Uno no anda chupando las frutas y si vas a chupar que sea una naranja que tiene mas jugo. Generalmente no hay ni siquiera una mandarina cerca, entonces por qué aclaramos “esa” como si fuera una entre un montón. Por qué usamos la mandarina y no una manzana o un limón que son mucho mas populares y de reconocido sabor incluso sus cáscaras utilizadas en cantidad de recetas. Definitivamente dudo que alguno de los que está leyendo
En este viaje me hice un amigo. Lo conocí en el aeropuerto, viajaba solo. Sin darme cuenta empecé a cruzarme todo el tiempo con aquel muchacho. Llegué a conocerlo. Soñador, sensible, salpicado con angustia, divertido, charlatán, inocente, curioso, agradable, nervioso, ansioso, desconfiado, responsable, amiguero, compañero, remolón, feligrés del amor y la familia. Valiente para muchas cosas, muy cagón para otras. Tipo raro, cuesta entrarle. Pero cuando lo conocés te das cuenta que es un dulce de leche. Después de unos cuantos días me confesó que se había perdido. Por eso andaba tan lejos de casa. Ahí empezamos a coincidir, porque yo le conté que a mi me mandaron a buscar a alguien que andaba perdido. No me dieron muchas especificaciones. Sólo me dijeron que confíe en mi. Que iba a encontrarlo si hacía eso. Y acá estamos, yo conmigo. Aprovechando hasta el último minuto del viaje en el que salí a buscarme y me encontré. Por suerte me encontré.
Era domingo, decidí hacerle caso a mi hermana y de una vez por todas ir a buscar mi vieja bicicleta. Estaba guardada en el cuartito de la terraza, en la casa de la madre de mi cuñado. No recuerdo cómo llegó allí. Cuando la vi, estaba tan tapada de polvo que me costó reconocerla. Casi por obligación me puse a limpiarla, a medida que sacaba la mugre, volvían los recuerdos. El día que fui a comprarla con mi viejo, las tardes de verano en villa del parque andando de un lado a otro. La sonrisa se dibujó en mi cara, me dieron ganas de salir a dar una vuelta, pasar por la casa del Tolo y por Rufino Cuervo. Al día siguiente fui a la bicicletería: puesta a punto, ruedas y asiento nuevos. Salí emocionado, un espíritu quinceañero me corrió por el cuerpo las 7 cuadras hasta mi casa. Decidí usarla, cada día me animaba a hacerlo por un trayecto mas largo. Sumé unas luces y porta equipaje. Estaba listo para ir a cualquier lado. Comenzó a pasarme algo extraño, una sensación rara, muy
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